Esta es mi historia,
pero podría ser la tuya.

jueves, 20 de marzo de 2014

Me gustaría...

que todos los días fueran día mundial de la felicidad. 
Y que todos colaboráramos en ello.


Si bien es cierto que mucha gente debería venir con un manual bajo el brazo, también deberían enseñarnos cómo ser felices porque parece que no acabamos de entenderlo. 
Os hablo de la búsqueda constante de ella. 
Nos pasamos la vida deseando y queriendo tener algo. Más tarde, tratamos de conseguirlo, a veces con un buen resultado. Pero, si el paso anterior fracasa, toca entender que no todo se puede ni se necesita y toca tirar de olvido.
Por todo esto la gente acaba volviéndose cada vez más hermética. Intentamos protegernos de esas cicatrices tan feas que acaban marcándonos el alma. Porque, a pesar de tener amigos que tratan de ayudarnos a cicatrizar más rápido y que nos levantan las comisuras de los labios tras cada caída, nos empeñamos en ser auténticas armas de defensa. Y joder, así no se puede vivir. 
Acabamos siendo espectadores de una obra que nadie ve, que todo el mundo intenta ignorar. Porque al final cada uno barre para su casa y tira el polvo en la del otro. Porque ya tenemos muchos problemas como para añadirnos los del vecino.
Maldito egoísmo el nuestro... 
Deberíamos hacerle frente a todas las pesadillas que nos quitan el sueño. Porque hay insomnios provocados por sonrisas pero también hay insomnios que las acaban desgastando
y que causan ojeras crónicas. 
Nos empeñamos en echar de menos y en mantener algo que ya se ha ido. Perder a alguien duele, pero qué hay de la esperanza de que ese alguien brille con tanta fuerza que vuelva a cegar a alguien, aunque ese alguien no seamos nosotros. No podemos echar raíces entre las ruinas donde todo el mundo acaba perdiéndose y donde la soledad es la única que te encuentra. Porque todavía quedan pilares que sobreviven al fuego y nos mantienen vivos.
Que no vale poner la sonrisa en modo automático cuando realmente por dentro no nos quedan razones para ponerla en marcha. 
Tenemos que aprender a no callarnos nada, a soltar todo lo que nos araña por dentro pidiéndonos auxilio. Porque que tenemos miedo es una verdad que va apagando nuestra sonrisa. Pero que podemos vencer al miedo es una verdad aún más grande. 
Hemos ido aprendiendo que los problemas no se arreglan con una varita mágica, aunque eso se empeñe en hacernos creer Disney. También hemos aprendido que no hay montaña, monstruo, ni enemigo más grande que nosotros mismos. Y que hay sueños que no se cumplen por más que le echemos ganas. 
Y joder,
yo pensaba que cerrando los ojos y apretándolos fuerte se irían las pesadillas pero ni así.
Que estamos hartos de intentar comprar la felicidad, de buscarla como locos y pensar que la tenemos. 
Ilusos, y yo la primera.
Yo no sé muy bien qué es la felicidad ni cómo afrontar bien la vida. Pero también os digo que ya habrá tiempo de preocuparse por eso. Porque las cosas acaban viniendo solas, y si una cosa he aprendido es que la felicidad, al igual que lo demás, no se busca. Aparece. Te encuentra.
Que no entiende de años, y sino que se lo digan a los niños. Y que se quede para siempre o por el contrario, sea efímera, depende de ti.
Así que ahora dime,
dónde te metes Felicidad,
porque parece que no me encuentras y ando un poco perdida. Como todos.