Esta es mi historia,
pero podría ser la tuya.

jueves, 15 de mayo de 2014

Llámalo insomnio

Somos muy complicados,
o mejor dicho,
somos muy de cagarla.
Tanto que nos marchamos cuando nos piden que nos quedemos 
y,
nos quedamos cuando debemos irnos.
Tardamos dos minutos en hacernos miles de promesas que no cumpliremos.
Ponemos la mano en el fuego por alguien. Y acabamos con la mano y la vida, ardiendo.
Nos callamos las cosas pensando y deseando que el silencio hable por nosotros, 
y acabamos llenos,
de cicatrices. 
Tenemos el defecto de saber de todo pero de no saber cómo olvidar.
Perdidos,
tanto que hay gente que se empeña en buscar sin parar a alguien por quien jugarse la vida, 
alguien por quien matar.
Sin saber que el secreto
está en dejar de buscar.
Hay que dejar de desear una vida como la de Hollywood. Y empezar a vivir.
Estrés andante es lo que somos. Personas que van con urgencia a todas partes,
pisando con prisa el suelo inestable.
Somos salidas de emergencia que, 
lamentablemente,
no llevan a ninguna parte.
Estamos hechos de despedidas.
De llegar siempre tarde.
De esperar un poco más... "por si acaso". 
Abrid los ojos, maldita sea
Es simple.
Se trata de aprender a ser felices 
y dejar de lado nuestra desesperación por no estar solos.
Que de tropiezos la vida está llena,
pero eso no significa que no podamos iniciar la marcha.
Tenemos que marcharnos y volver las veces que haga falta,
pero no ir a ninguna parte. 
Leí por ahí que las personas son como los libros. 
Hay libros aburridos, libros para leer solo una vez y,
finalmente,
libros a los que siempre vas a volver. 
Lo que quiero decir con esto es que dejéis el maldito miedo a un lado, 
que qué más dará todo si al final la vida pasará sin esperarnos.
Que no os arrepintáis que, aunque perder acabamos perdiendo todos, de vez en cuando,
existe la posibilidad de ganar.
Dejad de buscar a alguien que os quiera cuando ni siquiera habéis empezado a quereros vosotros.
No temáis a los cambios, y no penséis que van relacionados con el verbo "sustituir".
Y no olvidéis que,
por muy jodido e incendiado que esté el mundo,
siempre habrá alguien que se detendrá a escucharnos.