Esta es mi historia,
pero podría ser la tuya.

domingo, 29 de diciembre de 2013

He aprendido que...

Voy a ahorrarme el pedir perdón por no escribir más a menudo, una carrera no se saca sola señores.
¿No notáis esa sensación? Y no, no me refiero a los nervios pre-exámenes. Como diría Mecano "llega la cuenta atrás". Algo grande y efímero va a pasar. Tan rápido que si te atragantas con las uvas, te lo pierdes. Como si de saltar una minúscula línea se tratase. Pues así.
Fin de año, bienvenido seas. Detengámonos aquí. Ahora mismo varios sentimientos fluyen respecto a que se acabe el año. Primero, están esas personas que han tenido un año duro. Maltratado por la mala suerte, por la sociedad que nos rodea o por qué sé yo. Esas personas, que cada vez son más, ansían con ganas ese día, con esperanza. Deseando que el próximo año sea mejor, que por fin, merezca la pena y pensando que, en cuanto dejen de dar las campanadas, su vida será mejor, que ya no tendrán que preocuparse por los números rojos, que éstos pasarán a ser verdes. O quizás azules. También tenemos a esas personas que por desgracia, su calendario no entiende de inicios ni finales, ni de cenas navideñas. Viven al día. Luchando por salvar su vida y la de los que les rodean, ya sea por estar en el ejército o por luchar contra una enfermedad. Para ellos, el año nuevo viene en forma de fortaleza, de ganas de seguir adelante. En forma de razón de peso por la cual seguir día a día dándolo todo. Y por último, pero no menos importantes, el resto. Personas que por una vez en todo el año, coinciden en algo y se reunen entorno a la mesa para brindar por el año que se va y el que entra. Olvidando sus problemas, y siendo por una jodida noche, felices.
Yo no tengo propósitos de año nuevo, no creo en ellos la verdad. No por mucho que escriba algo va a cumplirse, ni tampoco voy a cumplirlo yo. Todo es cuestión de querer o no querer, de echarle ganas y, por qué no, cojones (quienes tengan). Pero eh, que cada cual tiene sus manías, y sino que me lo digan a mi. 
Yo simplemente quería tener una excusa para volver a escribir. Para sentir cómo mis dedos entran en contacto con las teclas del portátil. Para volver a notar como poco a poco mi cabeza, a pesar de estar ordenada, por unos segundos se desordena. Dejando paso a un barullo de ideas que vuelan. Aunque esta vez es distinto. Lo único que pasa por mi mente son momentos. 
Este año he aprendido que por mucho que un cambio asuste, pasar del instituto a la universidad, no es una matanza. Solo es cuestión de acostumbrarse.
He aprendido que las cosas cuestan, que el dinero se va más rápido de lo que llega y de que por fin entiendo a mi madre. Por fin entiendo que esté todo el día preocupada por llegar a fin de mes. Mamá, he caído del burro.
Este año también he aprendido que el mejor regalo puede ser ver como tarde tras tarde unos niños te sonríen mientras les ayudas con los deberes por dedicarle dos días a la semana, tu tiempo. Qué jodida maravilla, oye. Jamás pensé que sería tan gratificante. En realidad es mucho más que eso. Es sentirte útil, sentir que lo que haces, por una vez, ayuda a alguien.
He aprendido que mantenerse al margen de todo, esquivar los dardos de la gente, y dedicarme por entero a mi, es más difícil de lo que parece, pero que cuando lo consigues, merece la pena.
He aprendido que las despedidas, duelen. ¿Quién iba a decirme a mi que me dolería tanto despedirme de mis profesores? Mis días allí, desde mis comienzos hasta bachiller. Pasando por muchas clases, impregnadas cada una de ellas por buenos momentos y cómo no, por mejores personas.
He aprendido que aunque lo rutinario y estable es cómodo, de vez en cuando no viene mal perder un poco el norte, y perderse.
Cómo no, he aprendido que los verdaderos amigos, son esos que no entienden de tiempo sin verse. Que da igual lo ocupado que estén o qué estén haciendo. Diles un simple "te necesito" y verás realmente lo que es ser un superhéroe. Sí, os hablo de mis 9 soles, que deberían cobrar por aguantarme tantos años. También hablo de ellas, mi hakuna matata particular, las que me han demostrado que se puede pasar de 0 a 100, y no hablo de velocidad. Hablo de los que están ahí pero nunca nombro. De los que pasan conmigo día tras día en la uni. De aquellos que me aguantan en mis días más tontos y en los que más débil soy. De los que se preocupan por mi a diario, se interesan, hacen que me sienta bien y que nunca, piense que estoy sola. Este año más que nunca, he aprendido a valorar lo bueno y gigante que tengo a mi lado y, a brindar por ello.
También he aprendido que dar explicaciones no es una orden, y que hay mucha gente que no se las merece. Haz tu vida y deja que la hagan, olvídate del qué dirán y preocupate por ver quien sí se merece de verdad esas explicaciones, que casualmente, será quien menos te las pida.
Para qué engañarnos, no he aprendido a dormir sin luz. Sí, reíos porque yo lo haría. Llevo 18 años pensando que si duermo con la luz apagada y destapada algún monstruo maligno del más allá subirá a mi cama y no precisamente para hacerme compañía. Ya sabéis que crecemos, pero no del todo. Qué se le va a hacer.
Este año he aprendido que no tienes que dejar que nadie te haga sentirte pequeño. No permitas que te griten y te hagan daño. Nadie tiene derecho a pisarte y a tratarte como si fueras inferior. ¿Quiénes se creen que son?
He aprendido que los mejores momentos pueden ocurrir estudiando en la universidad selectividad o en incluso en clase. Que los nervios y el estrés, es mejor pasarlos en compañía, y que, o te ríes tu del mundo y consigues que los demás se rían, o nadie hará nada al respecto.
Siento decir que no he aprendido a decir que no. Me sigue costando negar las cosas, no puedo evitar intentar contentar a todo el mundo descuidandome muchas veces a mi. Sé que a muchos os pasa. Pero esto tiene que cambiar. No siempre hay que decir que sí. Por muchas cosas que hagas, nunca estará todo el mundo conforme, y hay veces en las que hay que decir que no, porque si no se puede, no se puede leches. Vale ya de mirar por todos y que nadie mire por ti. En lo imperfecto está lo perfecto, y se acabó.
Este año he aprendido más que nunca que cuando haces lo que quieres, acabas dejando a mucha gente por el camino. La vida, inevitablemente, es una noria que no para de girar y en la que en cada vuelta, pierdes y ganas a alguien. A veces es para bien, y otras es para mal. Pero es la vida al fin y al cabo, y por mucho que te empeñes en bloquear la puerta para que no salgan, si han de irse, se irán.
He aprendido a echar de menos como nunca antes lo había hecho. Tan fuerte que hasta duele. Y con esto, a querer. A ver como alguien te cambia la vida, te hace aprender más y más y a mejorar. Te hace darte cuenta que el mundo es pequeño en comparación con las grandes personas que tiene dentro. A pesar de que la puerta se abra y se cierre dejando entrar y salir a gente como si de un bar se tratase, no olvides que con cada una de esas personas que se van siempre tendrás algo que recordar, porque quieras o no, formaran parte de ti. Pasen los años que pasen...
También he aprendido a actuar por el momento, a no planearlo todo ni a llevarlo todo pensado al milímetro. A dejarme llevar y a disfrutar y, aunque para que mentiros, me he topado mucho por el camino, también he aprendido a no arrepentirme de nada que me haya regalado alguna sonrisa. Así que, de todo se aprende, oye.
Este año he aprendido que un viaje puede cambiarte la vida, que se puede querer más a un animal que a una persona y que recuperar algo que creías perdido, puede devolverte literalmente la vida.
Pero ante todo, este año he aprendido que o te esfuerzas por conseguir aquello que quieres o te acabaras cayendo al suelo con todas tus aspiraciones.
Este ha sido mi año, 365 días dan para infinidad de cosas. Y sino pararos a pensar, ¿no os asusta todo lo que hemos recorrido?.
No pienso desear nada, solamente os pido que aprendáis a disfrutar, a no preocuparos en exceso, a tener paciencia. No porque desees mucho algo va a llegar, frena un poquito y quizás, entonces, ocurra. No os paséis el día amargados ni tristes, ahí fuera la cosa ya está demasiado chunga como para que encima nosotros nos unamos al luto. No te conformes. ¿Si no hay más vidas, porque no aprovechas la que tienes?. Abre la ventana, saca todo el polvo que se ha ido acumulando este año y deja sitio para todo lo que está por venir. Será bueno, o quizás no tanto. Pero te aseguro que cambiará tu vida. Porque, aunque no lo creamos, en nuestros mayores tropiezos y en nuestras mayores perdidas se encuentran nuestros grandes e inolvidables momentos.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Diciembre.

Cuando un disco de Leiva lleva el nombre de un mes no se puede pensar otra cosa sino que es un gran mes. Un mes importante. No digo esto porque esté todo el año deseando que pasen rápido las hojas del calendario hasta llegar a la última, ni por ser la pequeña que nació en el mes de Diciembre. Vale, puede que sí pero sabéis que todos nos pasamos los días deseando que lleguen las vacaciones, sean las que sean. Cansados de la rutina buscamos un tiempo muerto que nos permita reengancharnos al partido. Pero algo pasa este mes. Y aunque suene a tópico es así, sucede algo mágico. 
Llega el frío y con él sus cálidas noches. Camas que antes estaban vacías se llenan en busca de calor. Las horas de oscuridad duran ahora casi el doble que las de luz lo cual permite pensar y soñar mucho. ¿Quien no necesita una parada para repostar? Pongamos como ejemplo una tarde de peli, manta y sofá. Suena bien, ¿verdad?
Para nosotros puede ser un mes más, de sobredosis de turrón y algún que otro lío con el champán, pero para mucha gente es El mes. Personas destinadas en la otra punta del globo vuelven  a casa sin esperar ningún regalo sino deseando ser el regalo de alguien. Familias que al menos coinciden y están de acuerdo una vez al año. Y qué leches, a nadie le amarga ver todas esas luces en la calle, y más con la que está cayendo. Salir a la calle y percibir el olor a chimenea, a tronco quemado. La calle está más bonita que nunca, llena de gente con cara de esperanza. Gente con cara de ilusión. Pero también hay gente que carga a sus espaldas 365 kilos, uno por cada día del año, uno por cada bache.
Aquellos Diciembres que nunca volverán, cuánto los recuerdo y extraño. En esta época todos estamos un poquito más tiernos, aunque no tanto como el pan bimbo. Sonreímos un poco más e incluso nos emocionamos. Dicen que la felicidad está ahora más cerca, habrá que ir a por ella.
Brindo por este mes. Brindo porque es la frontera entre el final y el inicio. Es hora de que nos preguntemos qué hemos aprendido este año y de que para el año que entra aprendamos de una vez la lección, hay que ser un poquito más inconformistas y perseguir nuestras metas, nos cueste lo que nos cueste. 
Querido Diciembre, te estaba esperando... Eres como un bálsamo para un mundo que está en proceso de oxidarse. Yo no quiero pedir nada este año por reyes (y que conste que me he portado bien), me conformo con cambiar los ingredientes y mejorar la receta de la vida. Ahí fuera hay gente que necesita volver a creer, volver a tener una razón de peso. Gente que paga los desastres de una sociedad que ha perdido el hilo. Las noticias se empeñan en decirnos que estamos sufriendo una crisis económica mundial pero se olvidan de que también estamos sufriendo una crisis moral. Estamos empezando a abrir los ojos y a caer del burro. A darnos cuenta de que no todo es tan fantástico como queríamos verlo. Y sí, la realidad duele.
Que no os entre la nostalgia ahora, sé que habrán grandes ausencias, a todos nos pasa, pero recordar a quienes ya no están no es malo, es símbolo de que aún siguen presentes. Y ese es el mayor regalo que podéis hacerles.
No pretendo anunciar que la Navidad ha llegado al Corte inglés, sino recordaros que aún hay cosas que merecen la pena y que es tiempo de buscarlas.