Esta es mi historia,
pero podría ser la tuya.

martes, 27 de agosto de 2013

Jaspe

La habitación estaba totalmente sumida en una luz tenue color ámbar. En ella había una paz que amansaría al mismísimo Don Quijote. Llena de largos cortinajes de seda blanca que hacían que la luz se esparciera por la habitación creando un salón diáfano, cuyo centro era una reliquia que hacía la función de cama, coronada con un dosel. Tenía todo el aspecto de cuento aquella sala.

Una vez dentro, noté un ligero aroma a vainilla y café, una mezcla que a mi me resultaba muy agradable y a decir verdad, familiar. Tarde tiempo en caer en la cuenta de que la habitación tenía unos grandes ventanales que parecían dar entrada a un amplio balcón. Cuando me disponía a atravesar aquellas puertas empezaron a temblarme las piernas, de repente no sabía cómo, ni cuándo había llegado allí, ni siquiera sabía que me disponía a hacer en aquel momento. Jamás me había sentido tan perdida, era como si hubiera olvidado quién era, como si todo me resultara desconocido.

Tuve que sentarme en la cama, que a decir verdad, era bastante cómoda. Una vez me tranquilicé, necesité tomar aire, respirar y continuar, así que me adentre en aquel balcón. Al salir, el aroma a vainilla y café era cada vez más intenso, parecía que tuviera la mezcla en mis labios. Podía sentirla si me los lamía. Así que decidí ver hasta donde llegaba. Qué era aquella olor tan maravillosa.
El balcón era un patio enorme lleno de plantas y flores que, a pesar de estar en invierno, brillaban como si estuviéramos en primavera. La temperatura era cálida y transmitía esa sensación de estar envuelta entre el edredón en la noche más fría del año. Puro placer.

Seguí por aquel balcón empedrado que parecía que tenía su final en el infinito.

Desapareció por completo aquel temblor en las piernas pero entonces lo noté. Aquel mariposeo en el estómago, esa sensación que me había llevado a más de una tortura, por elegir mal, por dejarme llevar. Me aterroricé. Pero decidí continuar la marcha. No conseguía vislumbrar que había al final de aquel extraño balcón, y había algo, porque su sombra era cada vez más nítida pero el sol me impedía ver con claridad. Acabé por marearme y caer al suelo, como si fuera una pluma frágil y delicada. Tal cual. Y entonces la vi. Abrí los ojos y allí estaba, era yo. Iba vestida de princesa, pero no de una de esas repipis de los cuentos de Walt disney, iba vestida con un pijama y totalmente despeinada. Con el pijama que usaba de pequeña, ese que me requeteencantaba. Mi padre solía decir que parecía una princesa, su princesa, mientras agitaba su taza del desayuno colmada de café y con unas gotas de vainilla. Le fascinaba aquella bebida. Recuerdo el momento a la perfección.Y entonces lo comprendí. Era la historia que siempre me contaban de pequeña, aquel cuento que te hacía quedarte con los ojos abiertos como amatistas. Que te hacía sentir verdaderamente una princesa. Tras el sofoco me levanté y le hablé a quien parecía ser yo pero, seamos sinceros, más bella y perfecta. Se hacía llamar la princesa Jaspe. Nombre de diamante. Vaya.  Intenté preguntarle más pero no pude.

Me desperté en mi cama, había sido un sueño, pero cuando me levanté para echarme agua a la cara, del bolsillo del pijama descendió una piedra preciosa. ¿Podéis imaginaros cual era, verdad? La respuesta, en el título.

domingo, 11 de agosto de 2013

"Pequeña de las dudas infinitas"

Al finalizar el curso todo el mundo se dedicó a decirme "aprovecha este verano que es el verano de tu vida" pues bien, el que haya escrito tan poco en este blog corrobora que me he tomado esas palabras al pie de la letra. A rajatabla. He estado de aquí para allá, hoy lluvia mañana sol, ayer piscina pasado playa, un no parar. Un ritmo frenético que en cualquier otra época del año molestaría a cualquiera, te haría sentirte cansado, sin fuerzas, sin ganas y deseando llegar a casa para reencontrarte con tu amada e incondicional cama pero eso no pasa en verano, durante el estío nos dedicamos a vivir el tiempo como si cada milésima de segundo fuera única y no fuéramos a tener más, por ello nuestras camas están más vacías que nunca, o más llenas, según se mire,  pero esa es otra historia.
  
Durante el día todo es maravilloso, un paraíso imperturbable que compartimos con quienes nos place en cada ocasión pero para mi, personalmente, las noches de verano son lo mejor y lo peor a la vez, palabras diametralmente opuestas que van ligadas del brazo. Noches de calor e insomnio. Lo cual para alguien como yo, que le da más vueltas de las que debería a las cosas y que ganaría el premio revelación del año a la persona más rayada del mediterráneo, no es muy agradable. Durante semanas no he sabido qué quería, ni por donde coger el mango de la sartén, ni siquiera quienes estaban a mi lado.. Dudas, infinitas. Soy miedosa, asustadiza, débil y fuerte a la vez, pero indecisa a más no poder. Y me está pasando factura. O mejor dicho, me estaba. Siempre he defendido el hablar como medio supremo para arreglar el mundo, y cada día me doy cuenta de que no me equivocaba. A veces solo hace falta sentarse, respirar hondo, y hablar, y soltar como si fueran carcajadas todo lo que llevamos dentro para darnos cuenta de que nada es tan difícil como lo hacemos nosotros mismos y para reconocer que actores no somos, pero que el drama se nos da a la perfección incluso fuera de una función.

Mi gran fiel amigo Murakami siempre dice que "cuando uno se acostumbra a no conseguir nunca lo que desea, ¿Sabes qué pasa? Que acaba por no saber incluso lo que quiere." No he escrito esto porque haya llegado a una conclusión o sacado una moraleja de todo esto, llevo días demasiado ocupada buscándome a mi como para ponerme a otra cosa pero cuando la encuentre os la diré.