Esta es mi historia,
pero podría ser la tuya.

martes, 9 de diciembre de 2014

Ley de (v)ida.

Últimamente ella no podía dormir,
cada vez que estaba a punto de entrar en el mundo de Morfeo, 
sonaba esa estúpida canción en su cabeza.
Estúpida pero bonita.
Estúpida pero su preferida.
Ella hacía como que no se acordaba de él.
Veía pasar los días, y veía como él pasaba lejos de sus días.
Diciembre le toca la puerta, y la nostalgia.
Ella pensaba que él le salvaría del mundo, que se salvarían juntos.
Pero había aprendido, tarde, que dos rotos no pueden salvarse de nada sin acabar rompiendo algo.
Aprendió que sístole y diástole no pueden vivir separados,
pero que tampoco al mismo tiempo.
Eran dos personas tristes intentando crear un final feliz. 
Y ahora, ya hace frío. Y los días cada vez son más grises, más largos.
Y ella ahora mira la vida como a quien le han hecho daño,
como a quien lo ha dado todo y le han dejado sin nada. 
Ya no es el insomnio de nadie, pero tampoco busca serlo.
Ella era mitad de algo que ahora es nada. 
Por favor, que alguien le de libertad condicional a su corazón.
Y es que siente que nadie le necesita,
a veces ni ella misma. 
Y eso es la mayor perdición de todas.
Y es que su vida parece estar patas arriba.
Cree saber que quiere,
y al segundo, cree no saber nada.
Pero no es la única,
el mundo también está perdido. 
Hay crisis y guerras y tormentas llenas de promesas que la gente ha ido no cumpliendo. 
Y luego nos quejamos. Y queremos arreglarlo todo en Diciembre.
Porque sí, la época es bonita y todos necesitamos el calor de alguien.
Pero alguien no puede pretender ser calor solo una vez al año.
Es que hasta su cepillo de dientes necesitaba compañía.
Sus labios besan con urgencia,
urgencia de primavera en Diciembre.
Y es que si la dejaran le llenaría el móvil de llamadas,
y de mensajes de auxilio.
Y así era todo hasta que le vio.
Entonces, y solo entonces, se dio cuenta que hay sentimientos, situaciones y momentos que cambian.
Que no puedes pretender que sea lo mismo, cuando nunca habéis sido iguales. 
Que ya no hay pros ni contras, ya no hay nada.
Que el tiempo ha pasado y con él los sentimientos.
Y el problema es que nunca se está preparado para despedirse.
Que sí, que dicen que crecer es aprender a despedirse, 
pero crecer solo significa afrontar mejor las despedidas.
Y eso le pasaba a ella.
Ella no podía despedirse de alguien que quería sin lágrimas en los ojos.
Ella se despidió como hacemos muchos de nosotros,
pensando que volvería a encontrarse a esa persona cualquier día, 
en cualquier lugar y a cualquier hora.
Y vivía con el miedo de saber que con las despedidas, 
vienen los olvidos. Y es que ella no quería que la terminaran olvidando. 
Y entonces comprendió que lo suyo no había sido una despedida.
Él se fue sin avisar.
Decidió desaparecer. 
Ella se llamaba Paciencia, 
y no sabéis cuánta tenía.
Y no sabéis la que a mi me falta.