Esta es mi historia,
pero podría ser la tuya.

martes, 25 de febrero de 2014

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Ella. Ella era tan dulce que no necesitaba azúcar en el café, ni ella ni quienes estaban a su alrededor. 
Os estaréis imaginando a un pedazo de pibón pero, he de decir que no era la más guapa ni tenía un cuerpo modelo. Medía metro sesenta, y mucho más de corazón. Y ya ni os cuento cuánto de sonrisa. Mirarla era como entrar en una sesión de hipnosis. Era una droga, pero de las buenas. De esas que hace que te quedes dormido hasta tarde solo por oírla hablar. Ella siempre esperaba el momento adecuado y no se andaba con prisas. También era de esas que inspiran a la gente. Ella podría ser perfectamente una musa, inspiradora de poesías.
Para que os hagáis una idea, ella era la típica maravilla que cuando te veía mal te decía: "eh, oye, que el mundo necesita que le iluminen así que sonríe(me)" y yo, como comprenderéis, perdía la puta cabeza al oírla.
Tenía las piernas más suaves que había acariciado jamás, las cuales me habían permitido alcanzar más de cien veces el cielo como si de una lanzadera se tratasen.
Resultaba imposible enfadarse con ella pues era la cara más bonita de Barcelona, Madrid y de todas las capitales de este jodido mundo. 
A su lado los problemas parecían estar a mil millones de años luz, y posiblemente así era, pues ella y sus caderas eran mi único problema. El más bonito y jodido de todos. El poema más fácil de escribir y el más difícil de recitar. 
Me hubiera gustado hospedarme en su cuerpo para siempre. Ella era calor, hogar, casa. Las tres palabras que más me gustaban y me gustan, las que más necesitaba y las que más echo de menos. 
Llegaba tarde casi siempre y a mi parecer se iba demasiado temprano. Pero quién era yo para reprocharle que lo hiciera, si enloquecía cada vez que veía como meneaba las caderas al andar.
Con ella el tiempo no entendía de manecillas, más bien era como un coche a 200km/h y sin frenos. Cómo me subía la adrenalina a su lado, joder. 
Su cara, como diría Leiva, estaba llena de pecas de panecillo integral que formaban mi constelación favorita, esa que me hubiera quedado mil y una noches mirando. 
Fumaba poco pero me encantaba ver cómo aspiraba el humo y la manera en la que lo soltaba. Ver cómo sus labios presionaban fuerte el cigarro, eso, era magia. Y eso que yo odio el tabaco.
Pero ya os digo que no la conocéis, que no entenderíais porqué perdería mi vida por seguir viéndola moverse por las calles de Barcelona. 
Me perdía con ella. Me la imaginaba (des)haciéndome el amor, tan suave, tan pasional, tan ligera como una pluma a punto de rozar el suelo. 
Yo no sé qué hostias hacía pero era increíble.
Ella arreglaba inviernos descalza, ya que era de esas princesas que no llevan tacones.
Por desgracia aprendemos a ser fuertes antes de tiempo.
Ella pasó rápido, y ya sabéis eso de que lo bueno si breve dos veces bueno. Minúscula partícula perfecta. Efímero amanecer de invierno. Así era ella.
Jamás me acostumbraba a estar a su lado, cada día, en cada estación, seguía pellizcándome por si era un sueño. No exagero, diríais lo mismo de conocerla.
Por eso os escribo. Para hablarle al mundo de su octava maravilla pero ni la poesía es suficiente para hablar de ella.
Hoy, sigo soñando con ella a pesar de dormir en ciudades y camas distintas.
Y la quiero sin apenas haberla rozado.
Me encantaría hablaros de ella y de lo que sucedió, pero hablar de lo que no sucedió es hablar de nada. Porque ella, eres tú. La que está leyendo esto y se ha imaginado siendo "ella". Pero, "ella" también es esa chica en la que muchos pensaron al leer esto.
Ella es esa chica que a todas nos gustaría ser y la que todos les gustaría tener.


martes, 11 de febrero de 2014

Cosas que no pude decir(te)

Hoy he salido a la calle y he vuelto a ver cómo se ondeaba esa bandera que tanto me gustaba.
La he visto moverse delante de mi de una manera tan perfecta que, ni siquiera he podido articular palabra.
He visto como ha sido invadida por otro país que no es el mio. 
He visto como es capaz de sobrevivir al frío del invierno, a la llega de las flores en primavera, al sofocante calor del mes de Julio y por supuesto, al caer de las hojas en otoño. 
Ha traspasado la frontera de mi cuerpo, y se ha instalado en otro.
Y me jode. 
Porque corren tiempos malos. 
Un país en crisis de corazones.

Mi boca te perdió de vista.
Y lo siento, nunca he sido buena en geografía.
Perdida.
Tan perdida que la cabeza me marca el Norte y la piel, me pide que la lleve corriendo al sur.
Y me peleo conmigo misma por tratar de arreglar este desastre.
Porque una parte de mi quiere quedarse, mientras la otra, me suplica que la lleve a la estación a coger un tren solo de ida. 
Perdona mis torpes intentos de apartarte de mi. De apartarte la cara.
Que echo de menos tu sonrisa perfecta, y la risa de niña que provocas en mi.

He conseguido muchas cosas.
Pero nunca, he conseguido que me quisieras.
Yo no quería que escucharas a Goytisolo,
tampoco te pedí que te enamoraras de cada vocablo de un poema de Benedetti.
No quería desayuno con diamantes, ni que me invitaras a cenar.
Ni siquiera pretendía que entendieras de mis idas y venidas, de las vueltas de la vida, y de las vueltas que da mi corazón.
Solo te pedí que me quisieras, y que rondaras por aquí durante mucho tiempo.
Quería que salieras a encontrarme, no a buscarme.
Marcaste dos de dos.
Hiciste pleno, pero al revés. 

Por eso, hoy ya no escribo en mayúscula. 
Mis letras y palabras van en minúscula esperando que alguien las corrija. 
Esta vez yo no salgo en la foto, 
más bien soy quien la echa.

No he venido aquí a enchufar la bombilla de lo que un día fuimos.
No.
No es eso.
Ni tiene que ver que sea Febrero y que estemos llegando a 14.
Nunca vas a entenderme.
Simplemente me he acordado de ti. 
Y de lo mucho que me gustaban tus abrazos.