Esta es mi historia,
pero podría ser la tuya.

martes, 12 de noviembre de 2013

Hoy

Cinco de la mañana, no tardaría en amanecer. El sol estaba empezando a desplegar sus pequeños rayos contra nosotros, como si de una tortura se tratase, como si intentara mantenerme.
Estaba muerto. Mejor, me sentía muerto. ¿Qué debía hacer? ¿Podría de una maldita vez tomar la puerta correcta y no titubear ante la presión y el miedo? Esas preguntas ametrallaban mi cabeza durante más tiempo del que me imaginaba e incluso más del que debía.
Podía sentirla abrazada a mi, rozándome con esas manos que tiempo atrás me parecían las más suaves del mundo. Sentía su pierna, liada entre las arrugas de la cama, encima de mi entrepierna, dejando claro que le pertenecía y que aunque quisiera no podría escapar de ella. Lo peor, es que estaba más guapa que nunca. Estaba preciosa. El sol dibujaba bellas siluetas que recorrían su espalda desnuda, esa que tiempo atrás aprendió todos los idiomas que mi lengua conoce. Recuerdo perfectamente el momento en que la conocí. Podría recrearlo con tantos detalles como si de un cuadro barroco se tratase. ¿Qué había pasado? ¿Qué me había ido desgastando? Enero sin ti, Febrero sin ti, Marzo sin ti, Abril sin ti, Mayo sin ti, Junio sin ti.. Y así hasta hoy, que vuelves a mi cama como si tuvieras derecho. Pasé de pedirte que te acostaras conmigo a decirte "acuéstate contigo".
Me faltaba el aire, el desmayo era inminente. Me puse el primer chándal que encontré y salí de allí todo lo rápido que las piernas me dejaron. Corrí, corrí, corrí. No hice otra cosa. Corrí como si el tobogán por el que se perderían todos mis miedos estuviera al final del trayecto. Tras 45 minutos muy intensos estaba exhausto. A quién pretendía engañar, mi relación con el deporte siempre había sido esporádica. Pero me encanta la sensación que te regala. Falta de aire, amnesia temporal, adrenalina por los poros y una sensación de libertad tan grande como la de una pluma que es llevada por el viento.
Volví a la Tierra al sonarme el bolsillo. Seguramente sería Beatríz recién levantada, preguntándo(me)se dónde había ido. Cogí el móvil con desgana. Estaba cansado de sus rechazos, de sus idas y venidas, y de sus tiroporquemedalagana. Ella había (des)hecho su vida tantas veces como había querido...  Mientras que yo solo era el helado que se tomaba tras alguna de sus rupturas. Descolgué, fue oír su voz y devolverle color a mi día. Era Elisabeth. Eli. Ella era distinta al resto de chicas que conocía. Siempre había sido muy atenta conmigo, y nuestra relación había sobrepasado los límites de lo normal. Me encontraba en calma cuando estaba a su lado, tan natural tan alegre... Si enumero las razones de mi alegría en la mayoría aparecería ella. Cuando estaba a su lado no quería dormir, para no perderme nada. Entonces lo comprendí. Ella era mi alegría y mi condena, mis ganas de largarme de aquí, la que me animaba a seguir adelante y la que me empujaba a hacer cosas que jamás creí que fuera capaz de hacer. Me había descolocado desde el principio. Desde que la conocía había dado tumbos por ahí, buscando, tal vez, algo que siempre había tenido delante. A fin de cuentas, mi cielo no era tan distinto al suyo. 
Después de meses sin saber qué me pasaba había dado con la medicina perfecta, la cual no tenía receta. ¿Problema? Eli llamaba para despedirse, para marcharse por un par de meses. Me quedaba solo. No quería. No podía. No volvería a perderle. ¿Solución? Correr como nunca a meter mis miedos en una maleta y largarme con ella. Hasta ahora nunca había estado con nadie, simplemente había estado acompañado. Y por eso la necesitaba, para (re)encontrar lo poco que de amor me quedaba. Te diré que tenemos toda la vida, y un domingo que se abre...

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